Soy de los que creen que las cosas buenas de la vida, nos encuentran ellas a nosotros, por ejemplo, el amor puedes pasar años corriendo tras él sin atisbarlo y en el momento más inesperado toparte tras cualquier esquina con tus sueños o entrar por casualidad en un bar que tras su fachada pobre y fea en su interior guarda los mejores manjares de la cocina. Es cierto y no lo pongo en duda, que aunque sea la suerte quien nos encuentre, se hace necesario que estemos preparados para recibirla, para ser buenos anfitriones y poder apurarla hasta sus últimas gotas, pero ese no es el tema que hoy nos ocupa.
Para los que hemos tenido la suerte de nacer en Extremadura y para todos aquellos que así se sientan, disponemos del día 8 de este mes para conmemorarlo. Pero... realmente ¿que sentimos al oir la palabra Extremadura?. Podríamos realizar el ejercicicio de parar cinco minutos, cerrar los ojos y dejar que las imágenes y recuerdos de Extremadura nos invadiesen. Cierro los ojos y me llegan imágenes de La Garrovilla, fotogramas de lugares de nuestra tierra visitados con mis amigos, donde se mezcla la belleza natural con los sentimientos de la amistad sincera y mutua. Veo el teatro romano de Mérida, Caminomorisco, la Taberna Encantada (¡Qué comida, eh!), el primer camping en el Jerte con los hierros por almohada, el Puente romano de Alcántara, un partido de fútbol-playa sobre la arena con la piscina natural al lado, Gata y su orujo, noche de tintes (vosotros sabéis a que me refiero), etc, etc, etc... Tras las primeras imágenes, llegan los recuerdos olfativos y huelo a dulces de la Caridad y veo a las mujeres de mi pueblo regresar de la Tahona con sus bandejas de perrunillas, roscas, magdalenas, mimos... Huelo a filete empanado, tortilla de patatas y vino de pitarra, ¿Dónde estoy?... ¡Ah, obvio!, es la Romería de San Isidro, las gentes montando sus "jatos", risas, comida, mas risas y un trago de vino. Pero por encima de todas estas imágenes se me imponen dos ideas fundamentales al escuchar Extremadura, una es triste y es el recuerdo de la noche de la riada allá por el año 1997, me encontraba fuera de Extremadura en aquella fecha y aunque no víví en propia carne la noche, para todos los que estábamos alejados resultó muy angustioso el paso de las horas y no poder contactar con nuestros seres queridos. La otra idea que siempre ronda mi cabeza al hablar de esta tierra, es el Castúo, nuestra peculiar forma de comunicarnos, nuestro dialecto autóctono, quizás nuestra mayor seña de identidad, seña de la que no deberíamos renegar, entre otras cosas porque es parte de nuestra cultura.
Comenzaba este artículo alegando que las cosas buenas nos encuentran ellas a nosotros, en ese orden de cosas, años después de la "riá" estaba en una librería ojeando y matando el tiempo cuando saltó a mis manos un pequeño libro de poemas, que ya solo con su título me cautivó. "DE LA CORTEZA DE LA ENCINA" este pequeño poemario editado en 1997, escrito en Castúo (para mayor deleite) por Javier Feijóo un escritor nacido en Badajoz en 1960 contiene una poesía maravillosa, reflejo real de una noche de voces, de gritos, de miedo y por desgracia de muerte; y además escrita en nuestra forma de hablar, con nuestra fuerza y sentimientos extremeños.
Esta poesía, señores, no se lee, se "palra". ¡Que la disfruten!.
Disculpen si he excedido mis cinco minutos pensando en esta tierra que nos acoge, pero Extremadura se lo merece.
LA NOCH'E LA RIÁ
El otoño metío'n agua
había jormao mil riachuelos
que cargaban los arroyos
a su paso po los pueblos;
y y'había'rgunos pantanos
con mu poco pa'stá llenos.
Aquel octubre jué gris,
casi tos los días lloviendo,
pero naide barruntaba
que juer'a se tan en serio.
Prencipio'l mes de noviembre
entoavía con más genio
y en la madrugá der seis
s'ajuntaron lluvia y viento
estremeciendo la noche
¡era una noche de perros!.
Aquello da mieo contaglo.
Como'l peó de los sueños.
Tos los riachuelos y arroyos,
qu'andenantes iban secos,
jueron llenando'l Rivillas
y su cauce bien repleto
s'adentraba'n Badajó
con la juerza d'un deseo.
Y er Calamón, por su lao,
¡ese sí que venía güeno!.
Había cruzao to Valverde
con la rabia de los celos
arrasando po las calles
to lo qu'encontró por medio.
Y pa colmo, en las ajueras,
antes e pasá po'l Cerro,
en metá de las corrientes
enrabietás com'un trueno,
s'había jormao un amasijo
con barro y con bichos muertos,
con ramajos y con troncos
arrancaos e cuajo enteros;
con coches esguazäos
amontonaos en to er medio,
enreäos con la chatarra
y con tejäos de jierro
reventaos de los dobläos
po la juerza de los vientos,
apresando los dos cauces
y anegando los barbechos.
Era'lreó de la una,
casi naide cogía'l sueño
y la gente'r Cerro e Reyes
prencipió a sentí argún miëo;
pero enjamás cabilaron,
ni siquiá por un momento,
er suplicio qu'aguardaban,
l'angustia y er sufrimiento
que s'acercaba'n la noche
chorreando de los cielos.
Cuando los ríos quebraron
lo que jormó aquel tropiezo
en metá de su camino,
con los palos y los jierros
y con cachos e parés
estrozäas por completo,
con la juerza d'un torrente
mas fiero qu'un macho'n celo
qu'arrastraba ya'jogäos
seres queríos y güenos
que durmían en la pas
de los pueblos extremeños,
prencipió una noche amarga
pa los vecinos der Cerro.
S'apagaron toas las luces,
se vino'ncima to'l cielo,
to'l embalse contenío,
recargao d'agua y sediento,
pa bebese a to er que juera,
a to er que le diera tiempo,
ajotäo com'un bicho
por la ira de los vientos.
Los chillíos de las mujeres;
y toá la gente corriendo;
y la juerza de los ríos
s'amamantaba creciendo
con sangre de güena casta
del barrio de los obreros.
Y los niños que durmían
desprocupaos, sonriyendo,
soñando ya con los Reyes
y con juguetes mu güenos
que d'un mu lejano'riente
les traían en camellos,
se dispertaron flotando
en un charco de lamentos,
en un paisaje de muerte,
de doló y de sufrimiento.
Los tejaos abarrotäos,
y gritando y ajuyendo;
y agarraos a las farolas
contra'l agua y contra'l viento;
y la vos se queaba ronca
dándole voces ar cielo
buscando argún Dios que viera
lo qu'allí'staba ocurriendo.
Naide se podía esplicá
de cómo'n tan poco tiempo,
cómo en un rato na má,
s'habían enterrao en er cieno
toa una vía de trebajos,
d'ilusiones y d'anhelos,
por una bravuconá
de riachuelos de na y menos.
Y endispué, tras la riá,
en argun corto silencio,
doló, amargura y pena
era'l nombre d'aquel Cerro,
entre ruïos de sirenas
y manos en aspavientos.
A la mañana siguiente
arguien dijo: ¡Esto es un sueño!
Pero al dispertá lloró,
naide había visto a su agüelo,
el río se lo tragó
sin ningún remordimiento;
y como él muchos mas
que ya'staran en er cielo.
Solo quëa recordá
la respuesta d'un gran pueblo,
que demostró qu'hay qu'está
pa lo malo y pa lo güeno.
Hay que da gracias a España,
dispués de ricriminá'r cielo,
gracias por su generosidá
por sentí en sus adentros
esa solidaridá
con toa la gente der Cerro,
que sabe qu'a naide'ngaña
iciendo con sentimiento
qu'er día de la riá
to er mundo palró extremeño.
"De la corteza la encina"; autor: Javier Feijóo; Ediciones Lusitania, 1998
¡Feliz día de EXTREMADURA!
Un saludo
Alternativa por La Garrovilla.
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2 comentarios:
Hola, maravilloso artículo, mi más enhorabuena por recordarnos a todos nuestra procedencia y que nunca nos sintamos avergonzado por ello, aunque muchos lo pretendan. Olé, la poesía, aunque recuerda momentos trágicos pasados.
Saludos...y felíz día de extremadura....
gracias por el artículo, me he sentido muy muy orgulloso de ser extremeño, solo que me ha entrado hambre al olor de la tahona y las perrunillas que son mi perdición. Buscaré ese libro que recomendais. Nuevamente Gracias.
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